En la foto Lina Hernández y Esteban García jóvenes invidentes del taller Teatro Invisible de la Biblioteca El Tintal
Muchos no saben de qué hablo. Me refiero al día en que los invidentes celebran su día. El bastón blanco tiene toda una historia que según encontré fue idea de un argentino pero patentada por un gringo. Ver más aquí.
La idea consiste en que el bastón blanco, con franja roja al final, sea el distintivo de la persona con limitación visual. Desde 1980 las organizaciones de ciegos del mundo reunidos en París establecieron este día.
Hoy en diferentes partes del mundo, los invidentes y personas con baja visión se reunen para hacerse oír de los estados; con marchas y actos simbólicos buscan reivindicar su condición, exigir su inclusión en el mundo laboral y en rubros presupuestales de los gobiernos.
En países como España organizaciones como la ONCE (Organización Nacional de Ciegos de España) realizó una marcha en Madrid y en países como Argentina y Paraguay también lo celebraron.
En Colombia, en Bogotá, en la Biblioteca le Tintal Manuel Zapata Olivella se reunieron alrededor de 130 niños invidentes o con baja visión de diferentes colegios que para conmemorar su día hicieron diferentes presentaciones artísticas. Hubo música, como el grupo Son Latino, coros, como el del colegio Pardo Ospina y dos pequeñas obras de teatro producto del taller teatro Invisible que se lleva a cabo en la biblioteca. También se vincularon a la celebración los asistentes al taller Oigo Siento y me Comunico que se realiza en la biblioteca y que capacita a las personas invidentes en lecto-escritura braille y software.
Esta muestra artística es una prueba de que quienes tienen discapacidad visual, tiene grandes potencialidades por desarrollar y el estado debe apoyarlos. También es evidente que Bogotá debe incluir estas poblaciones con adecuación estructural para que quienes tienen discapacidad visual puedan disfrutar de todo lo que ofrece la ciudad.
Estos niños jóvenes son especiales y a mí me llenan de vida cuando me tocan con sus manos trémulas com alas de colibrí y me contagian su esperanza con su voz recia, que me llama con nombre y apellido al reconocerme.
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